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Editorial 843

 


Una vida sin problemas no vale la pena

 

Todo el mundo sueña con ser rico y no tener que hacer nada. Suena muy bien, pero sería una desgracia


El estudio y el trabajo son oportunidades para aprender, conocer y crecer; para implicarse en la vida y sentir el placer de la acción, del esfuerzo, del valor de las cosas y del éxito. Sin estudio y sin trabajo la vida sería un aburrimiento absoluto. Imagina un equipo de futbol que no tiene que jugar contra nadie, un campesino que no tiene nada que hacer en el campo, un maestro que no tiene alumnos a quienes enseñar, etc.


La vida es lucha y el ser humano es curioso y emprendedor por naturaleza, no le agradan los problemas pero sí los retos.


Los problemas son la sal que condimenta la vida. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos resolvemos miles de problemas, unos problemas son pequeños y habituales y los resolvemos casi de forma automática y sin darnos cuenta, otros problemas son nuevos y tenemos que echar mano de la experiencia y de la creatividad, y otros problemas pueden ser graves por falta de previsión o de capacidad y nos obligan a sacar lo mejor de nosotros. Lo cierto es que los logros obtenidos a nivel intelectual, económico, afectivo, etc. son la esencia de la felicidad. La felicidad no es algo abstrato, la felicidad es una vivencia profunda de satisfacción por el éxito alcanzado en base a esfuerzo y perseverancia. Sin esfuerzo no hay éxito y sin éxito no hay felicidad.


Estamos acostumbrados a percibir los problemas como desgracias que aparecen en el camino de la vida. Esta idea se debe a grabaciones erróneas que nos inculcaron en la infancia y que la sociedad se encarga de remachar. Nuestra vida sería muy distinta si nos hubieran enseñado que los problemas, lejos de ser obstáculos, son como escaleras que nos ayudan a superarnos y ascender a la cumbre del éxito.


Esto no significa que debamos ir por la vida buscando problemas, es una invitación a ser valientes, a correr riesgos calculados y a enfrentar los retos que la vida nos depara. Por evitar problemas las personas son cobardes y mediocres y también frustradas e infelices.


Si lees la biografía de los grandes personajes verás que ninguno tuvo la vida fácil, y que fueron precisamente las dificultades y los obstáculos lo que les obligó a poner a prueba su fortaleza.


La sociedad es represiva, envidiosa y crítica. Estos comportamientos son naturales. Todos somos represivos, envidiosos y críticos, unos más que otros. Las razones son muchas pero podemos reducirlas al temor y a la ignorancia. Temor a que los demás adquieran poder, nos controlen y nos hagan daño, por eso la sociedad (la sociedad somos todos) se opone de forma frontal o de forma solapada a quienes pretenden cambiar las cosas. Muchos de los que lo han intentado lo han pagado con su vida.


La sociedad acepta el progreso sin objeciones, porque no supone cambios sustanciales en las formas de vida, pero se opone al desarrollo de los valores y de la cultura, porque ayudan a que las personas tomen conciencia de su dignidad y de sus derechos y tengan el valor de reclamarlo. Por esta razón las universidades están diseñadas para formar profesionales que encajen sumisamente en el sistema laboral, pero no desarrollan la autoestima, la personalidad ni el liderazgo de los estudiantes, por eso tenemos una sociedad acéfala, sin líderes, con muchos profesionales capacitados para resolver su propia vida, pero no implicados socialmente.


Al entrar en este mundo tenemos que capacitarnos para resolver problemas relacionados con el aprendizaje y el conocimiento, con la integración en la sociedad, con el manejo de los sentimientos, emociones e instintos, con el manejo del libre albedrío a la hora de escoger entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal, entre el placer y el deber, entre los valores y el libertinaje. También existen los problemas de tipo económico, laboral, familiar, moral y espiritual. Estos y otros muchos problemas son nuestro campo diario de batalla y sólo hay dos opciones, o vencemos y nos convertimos en héroes o capitulamos y nos convertimos en víctimas de nuestra propia incapacidad.


Sabiendo que la vida es competencia, que las personas tienen bastante con sus propios problemas, que el engaño, la trampa y la corrupción están presentes en todas partes, no debemos esperar que los demás resuelvan nuestros problemas.


Tus problemas son tuyos y sólo tú puedes resolverlos. Lo ideal es funcionar bien y minimizar los problemas. Los seres humanos gastamos más del 80% del tiempo y de la energía en resolver problemas que nosotros mismos nos hemos creado por falta de previsión, por acumular deudas con la vida y por irresponsabilidad.


Qué distinta sería nuestra vida si en vez de perder el tiempo en resolver problemas tontos lo invirtiéramos en desarrollar proyectos creativos y en superar retos.


Lo cierto es que las personas más felices no son las que no tienen problemas o necesidades, sino las que obtienen logros, sobre todo, logros a nivel personal.


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    Lic. David Angulo de Haro

 

 

 

 

 

 

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