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Editorial 791

 


El último de la cola

 

Hoy fui al súper mercado y después de llenar el carrito de los alimentos necesarios para la semana me coloqué al final de una cola, a esperar mi turno para pasar por caja. Como había mucha gente, las colas eran largas y se prolongaban por los pasillos, de modo que resultaba difícil ver la cantidad de personas que había en cada cola.


La cosa iba lenta y todas las personas permanecían resignadas en su lugar. Después de observar los carritos que había delante de mí, eché de matemáticas y comprendí que tendría que esperar una hora. Pensé en otra alternativa. Verifiqué las otras colas y encontré que había una cola con solo un carrito en espera.


Se trata de un hecho muy simple, sin grandes repercusiones, pero ésta es la realidad de la vida en muchos aspectos. Las personas esperan pasivamente que se den las cosas en vez de buscar otras alternativas.


Los trabajadores confían en las promesas que les hace la empresa y pasan meses y años sin que pase nada. Los ciudadanos esperan que se cumplan las promesas de los políticos, pero ya sabemos lo que pasa. Conozco un país en el que el gobierno lleva 14 años prometiendo viviendas a la población. La promesa se repite cada año y la gente todavía cree que un día le será asignada una casa.


La esperanza es considerada como una virtud teologal. Es una virtud fundamental de las religiones, pero también es una virtud fundamental de la vida. Los seres humanos creemos y esperamos. El futuro supone un acto de esperanza. Siempre esperamos que las cosas mejoren. La esperanza se alimenta de la fe y de la ilusión.


Es bueno tener paciencia y saber esperar, pero existe una esperanza pasiva que consiste en esperar soluciones que vengan de fuera. Esperar de Dios, esperar del gobierno, esperar de la gente, esperar que cambien las cosas. Pero la vida no espera.


Todas las personas se hacen grandes esperanzas respecto del futuro, sobre todo, los niños y los jóvenes, luego, a medida que pasan los años, lo sueños e ilusiones van dando paso a la realidad, y, en muchos casos, a la desilusión y a la desesperanza. Es tan grave vivir de ilusiones como de esperanza. Lo ideal es el equilibrio.


En general todos hemos sido educados de forma represiva y nos han enseñado a esperar órdenes para actuar. Ahora ya somos adultos, pero cuando surge una situación que reclama nuestra acción, se activa el suiche de esperar órdenes grabado en la infancia y en vez de pensar en la forma de actuar, nos quedamos a la espera de que se den las cosas. Esto nos ocurre en todos los aspectos de la vida. Vivimos al ritmo de lo que ocurre afuera y nos dejamos llevar pasivamente por la dinámica de las cosas.


Necesitamos vivir despiertos y de forma creativa. Necesitamos pensar, prever y buscar siempre la mejor alternativa. Con el tiempo esta actitud se convierte en hábito y nos ayuda a resolver las cosas de forma fácil y eficaz. Es lo que se llama tener iniciativa.


La inteligencia sirve de poco si no la utilizamos. Una de las características de las personas inteligentes es la capacidad de observación. Las personas inteligentes observan de forma activa, lo cual les permite encontrar oportunidades y salidas que pasan desapercibidas para las demás personas. La capacidad e observación es un hábito que se adquiere con entrenamiento.

Todas las personas que estaban en las colas del mercado, sentían que algo andaba mal, pero no lograban identificar el problema concreto, ni tomaron decisiones para cambiar las cosas. Lo más sorprendente es que nadie reaccionó, ni reclamó sus derechos, debido a que las personas están acostumbradas a esperar, a aguantar, a dejar que su vida dependa de otros, a dejar que se les falte al respeto. Por lo menos podía haber existido una información por parte de la empresa explicando la razón de la lentitud.


A veces pareciera que la paciencia es la mejor forma de enfrentar la vida. Sin embargo, la paciencia puede convertirse en un recurso para evadir la realidad y huir hacia mundos irreales en lugar de luchar por hacer de la vida algo extraordinario, lo cual es grave. Visto de esta forma, la paciencia puede ser un mal, que adormece la conciencia y debilita la voluntad. Cuántas cosas hemos perdido en la vida por esperar de las personas cosas que al final no han llegado.


Hay momentos en los que, lo único que queda es esperar con paciencia, pero con demasiada frecuencia confundimos paciencia con sumisión o cobardía. En cada uno está el medir, cuándo debemos ser pacientes y cuando debemos reclamar nuestros derechos con educación y valentía. Es cuestión de auto respeto y dignidad.


Sin embargo, debemos ser conscientes de que no podemos ir por la vida enfrentándonos constantemente, ni queriendo resolver todos los entuertos y desaguisados que existen en la sociedad.


A lo largo de tu vida, cuántas oportunidades has perdido por esperar, por confiar... La dependencia de los demás hace que tengamos que esperar que ellos decidan para comenzar a movilizarnos. Nuestra vida no puede depender de las decisiones de los demás. Necesitamos tener nuestros propios proyectos y tomar nuestras propias decisiones.


Las personas emprendedoras son creativas y activas, no tienen paciencia para esperar, su dinámica interna les impulsa a la acción.


Es fundamental prever las cosas, estar alerta y tener bajo control las cosas importantes; entonces, podrás esperar lo mejor.


La experiencia nos enseña que cada uno es lo que hace de sí; de modo que, no esperes de Dios, ni de nadie, lo que tienes que lograr con tu propio esfuerzo.


Todos somos el último de la cola, pero lo grave no está en ser el último de la cola, sino en quedarse estacionado, creyendo que las cosas funcionan bien y que los demás nos van a resolver los problemas.


El problema no es quedarse estacionado en la cola del mercado sin reaccionar, lo cual es intranscendente. El problema es lo que significa. Esta actitud significa que las personas están estacionadas pasivamente en la cola en todos los aspectos de la vida. Por eso el Gobierno lleva 14 años "gobernando" a su antojo y engañando a las personas con ofertas que nunca llegarán.


El problema fundamental no es el Gobierno, que, al fin y al cabo, hace lo que le conviene, el problema es el escaso auto respeto y la falta de personalidad de los "súbditos"

Ya ves cómo un simple hecho intranscendente, deja al descubierto la incongruencia de la vida de las personas. Tú puedes seguir en la cola o buscar otra alternativa.


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    Lic. David Angulo de Haro

 

 

 

 

 

 

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