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Editorial 653



Bla bla bla


Hace años los hombres hablaban poco y pensaban mucho. Observaban con detenimiento el paso lento de las cosas. Escuchaban el silencio de la naturaleza y el murmullo de su voz interior. Sabían poco del mundo pero conocían su entorno. No conocían a ningún famoso, pero se sabían de memoria el nombre y el rostro de todos los habitantes de su pequeña ciudad. Las relaciones eran sencillas pero auténticas y duraderas. Las personas no tenían títulos pero sí sentido común y una lógica asombrosa de las cosas. Su vocabulario era limitado pero claro y preciso.


Así podríamos seguir hablando de las gentes que vivieron en esas épocas pasadas, a las que consideramos atrasadas e incultas por el simple hecho de que no fueron a la universidad.


Eran tiempos de lucha, de penurias, de supervivencia. De lo poco que ganaban ahorraban algo, pensando en un futuro mejor que nunca llegaba, pero eran conformes y felices a su modo, y, sobre todo, tenían paz en su conciencia que es la riqueza mayor, y una fe en Dios que les proporcionaba paciencia y esperanza.


Pero luego llegó el progreso y las cosas cambiaron. Las personas se llenaron de ambición y también de envidia. La gente tenía más pero se sentía más vacía.


Comenzó a perderse la fe y con ella los valores. Las personas se volvieron egoístas y desapareció la educación, el respeto y la solidaridad de otros tiempos.


Hoy estamos todos juntos porque la globalización nos ha obligado a agruparnos para sobrevivir, pero ignoramos el nombre y la cara de nuestros vecinos. Las relaciones sencillas, auténticas y duraderas de otras épocas se han convertido en virtuales. Ahora, el bla bla bla interminable de la radio, de la televisión, del teléfono, del twitter y del facebook, derrochan a granel un lenguaje vacío, muy distante del lenguaje claro, preciso y familiar de otros tiempos.


No se trata de comparar, pues, cada época es única y produce ideas, lenguaje y acciones a la medida de su gente.


Lo cierto es que hoy existe un derroche de bla, bla, bla, propio de personas que hablan mucho y no dicen nada importante, propio de personas (especialmente políticos) que regalan un mundo infinito de esperanzas e ilusiones, y así un etc. interminable.


Al bla bla bla de las personas se une el ruido pesado e incesante de las grandes ciudades que se expande y penetra hasta los últimos rincones de la mente, intoxicando la vida de cansancio y de estrés.
Lo grave es que, a pesar de tanto bla bla bla, casi no existe comunicación entre las personas, no nos conocemos y no nos relacionamos. Tal vez necesitamos hablar menos y reflexionar más, salir de nuestro encierro mental y escuchar con más atención las necesidades e inquietudes de los demás.


El bla bla bla no está en hablar mucho, cuando lo que se dice es importante, sino en utilizar un lenjuaje vacío de ideas y de sentimientos.

Cierta mañana, mi padre me invitó a dar un paseo por el bosque y acepté con placer. él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:
_ ¿Oyes algo?
_ Sí, oigo el canto de los pájaros.
_ Además del canto de los pájaros, ¿Escuchas alguna cosa más?
_ Agudicé mis oídos y le respondí: Estoy escuchando el ruido de una carroza.
_ Eso es, dijo mi padre. Es una carroza vacía.

 

Pregunté a mi padre: ¿Cómo sabes que es una carroza vacía, si aún no la vemos?
Entonces mi padre respondió:
_Es muy fácil saber cuándo una carroza está vacía, por el ruido que produce. Cuanto más vacía está la carroza, mayor es el ruido que hace.
_ Me convertí en adulto y hoy, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todo el mundo, presumiendo de lo que tiene, actuando de forma prepotente y haciendo sentir menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía está la carroza, mayor es el ruido que hace". Y comprendo el valor del silencio interior


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    Lic. David Angulo de Haro

 

 

 

 

 

 

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