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Editorial 597

 


Votar con la conciencia o con el corazón

 

Los seres humanos adquirimos muchos compromisos y muchas dependencias...


Somos emocionales e impulsivos, actuamos llevados por lo que nos gusta, por lo que nos cae bien, más que por la verdad y la justicia...


Las personas se agrupan a nivel político, social, religioso,... de acuerdo sus creencias y preferencias. Son muchos los factores conscientes y subconscientes que determinan la inclinación política, social y religiosa de las personas. Las razones suelen ser más emocionales que cognitivas. Con el tiempo se consolidan estas tendencias y las personas pierden capacidad crítica respecto de sus propias ideas y sentimientos.


Cada persona defiende su posición, ensalzando lo positivo y minimizando lo negativo; a la vez que tiende a descalificar las posiciones que no coinciden con la suya.


Lo ideal sería que fuéramos objetivos, lógicos y justos, pero vivimos en un mundo de competencia en el que los fuertes se imponen a los débiles. Por esta razón las personas se agrupan de acuerdo a sus ideas e intereses con el fin de imponerse a los demás y evitar ser sometidos. Todos los seres humanos tenemos una buena dosis de actitudes defensivas.


En épocas pasadas la lucha era a muerte, el objetivo era la destrucción del otro, considerado como enemigo. Hoy han cambiado las cosas, hemos aprendido a convivir de forma "civilizada". La lucha es política y en "democracia"


Las armas han sido sustituidas por los votos. Sin embargo, la democracia es débil, debido a que seguimos siendo muy instintivos, emocionales e impulsivos y poco lógicos. Vivimos atrincherados en posiciones irreconciliables que generan una confrontación permanente y una lucha estéril que perjudica a todos.


Necesitamos avanzar hacia la reconciliación y entender que nadie tiene toda la verdad. Cada persona tiene un poco de verdad y sólo cuando unamos todas esas pequeñas verdades encontraremos la verdad.


Necesitamos desarrollar el verdadero espíritu democrático. La democracia no está en las leyes en sí, sino en la mente de las personas. La democracia es una forma de pensar, una visión, una actitud, una forma de ser y una forma de actuar; de aquí la importancia de democratizar la mente de las personas. Esta labor comienza en el hogar y continúa en la escuela.

Democratizar la mente no significa que cada uno puede pensar y actúar como quiera. Supone un compromiso con la verdad y con el bien, y exige comprender y tolerar a los demás


La crisis de democracia se deben a errores cometidos en el proceso educativo, debido a que los padres son herederos de una cultura represiva, por lo cual, su forma de educar es poco democrática; en consecuencia, los hijos son programados con esquemas mentales rígidos, autoritarios y excluyentes.


En la actualidad nos creemos muy democráticos, pero sólo tenemos un barniz de democracia, que funciona mientras las cosas van bien, pero, cuando las cosas se complican, surge la rigidez y la intolerancia de las que estamos hechos.


Para que exista una verdadera democracia es indispensable que los ciudadanos sean mentalmente democráticos. Un pueblo ignorante, pobre o débil, es incapaz de administrar su propia vida, de defender la libertad y la democracia, por lo cual, está condenado a ser esclavo de los dictadores de turno.


La salud de la democracia va de la mano con el desarrollo intelectual, moral y espiritual de las personas.


Los enemigos de la democracia están dentro de cada uno de nosotros, sus nombres son: ignorancia, pobreza, temor, egoísmo e intolerancia.


Puesto que la ignorancia, la pobreza y la injusticia son el caldo de las dictaduras, la única forma de trabajar por la democracia consiste en erradicar la ignorancia, la pobreza y la injusticia, comenzando por uno mismo.


Son pocas las personas que votan a conciencia, pensando en el bien del país. La mayoría de las personas lo hacen, pensando en sobrevivir, pensando en sus intereses y beneficios inmediatos. En cada voto hay mucho de manipulación, de ignorancia, de temor y de resentimiento.


Las elecciones deberían ser la fiesta de la democracia en la que no hay vencedores ni vencidos. Simplemente debería imponerse el sentido común, la mejor opción.

Una fiesta en la que los vencedores ganan con humildad y los perdedores aceptan su derrota sin resentimiento. Esto es posible cuando las democracias funcionan bien, cuando se respeta la ley y cuando se defiende el bien común, como ocurre en los países más evolucionados donde se alternan los partidos en el gobierno de forma natural.


En la vida hay que ser fiel a los propios sentimientos, pero hay que ser más fiel aún a la conciencia. Esto se aplica también en el momento de las elecciones. Por encima de la fidelidad al líder o al partido, debemos ser fieles al dictado de la conciencia. Nuestro deber es con la verdad y con el bien.


El voto es el arma de la democracia.

 

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    Lic. David Angulo de Haro

 

 

 

 

 

 

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