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Editorial 333

 


Hijos pródigos de la vida

 

"Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo a su padre: “Papá, dame lo que me toca de la herencia. Poco después juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia.
Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que se puso a trabajar cuidando cerdos en el campo. Tenía tanta hambre que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aún esto le estaba prohibido.
Un día recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra y yo aquí me muero de hambre!
Regresaré a casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de que me llames hijo, pero al menos, trátame como a uno de tus jornaleros.
Así que, emprendió el viaje de regreso a casa. Todavía estaba lejos cuando su padre lo reconoció y se compadeció de él; salió corriendo al encuentro de su hijo, lo abrazó y lo besó... "


Cuántos hijos pródigos ruedan por el mundo, sin rumbo y sin destino, buscando un poco de paz y de felicidad. Tal vez eran personas buenas, de buenas familias, pero sucumbieron a la tentación de lo fácil y un día tomaron la decisión de ser libres, de vivir a sus anchas, de disfrutar sin freno de tantos placeres que ofrece la vida, y , sin pensar en las consecuencias, se lanzaron a la aventura.


Resulta muy placentero vivir de forma libertina, sin conciencia y sin responsabilidad, pero la vida no perdona. Pasan los años derrochando el tiempo, desaprovechando oportunidades de aprender y de crecer, y al final, sólo queda fracaso y soledad. Surge la conciencia como un grito desesperado pidiendo rectificación, pero en la vida real no es posible regresar a la casa del padre, como hizo el hijo pródigo. El mal que uno se causa a sí mismo permanece como una deuda con la vida que es necesario saldar.


En la vida real, el hijo pródigo está sólo, en un mundo "ancho y ajeno" que no ofrece oportunidades a quienes carecen de preparación y de responsabilidad.

Unos más, otros menos, todos somos hijos pródigos de la vida. La vida que obsequia bienes a manos llenas nos ha dado la herencia que nos corresponde (inteligencia, conciencia, libre albedrío, etc.) pero, en vez de ponerla a producir de forma inteligente, la malgastamos de muchas formas, al igual que el hijo pródigo.


A medida que pasan los años, la mayoría de las personas se sienten decepcionadas. Observan cómo transcurre el tiempo y como se van los años y la juventud sin lograr convertir sus sueños en realidad.


La experiencia más triste que sufrió el hijo pródigo fue la carencia de todo, hasta de lo más elemental. "Tenía tanta hambre que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aún esto le estaba prohibido"


Sintió la soledad y el abandono de sus "amigos" con los cuales había derrochado su herencia a manos llenas.


Sintió la dureza de la vida que castiga de forma cruel a quienes no funcionan bien.
Y sintió la pérdida de dignidad. "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de que me llames hijo"


Esta parábola fue dicha hace dos mil años como una enseñanza para las futuras generaciones. "El que tenga ojos para ver que vea y el que tenga oídos para oir que oiga"


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    Lic. David Angulo de Haro

 

 

 

 

 

 

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