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Editorial 317

 


Si hoy fuera el último día de tu vida


Hay una película de Navidad en la que el protagonista es un avaro que, obsesionado por acumular dinero se volvió egoísta e insensible a las necesidades y sufrimientos de los pobres. Un día se le aparece en sueños un espíritu que le va presentando distintas escenas de su vida en las que les niega ayuda a personas muy necesitadas.

A medida que se suceden las escenas se siente más angustiado; le remuerde la conciencia y presiente que, definitivamente será condenado.

Al final el espíritu desaparece y el avaro despierta aterrorizado. Se da cuenta de que está despierto y que la vida aún le concede una oportunidad para rectificar. Comienza a ayudar a la gente de forma generosa y, a medida que ayuda se siente más feliz.

Se trata de un cuento de navidad, tan real como la vida.
Todos miramos con desdén a este personaje avaro por su actitud miserable, sin reparar que en él estamos representados todos nosotros, porque, todos, de alguna forma, les negamos nuestros bienes a los demás.


No se trata de bienes materiales, se trata de bienes humanos, como un saludo, una idea, una sonrisa, un perdón y tantos otros bienes que podíamos obsequiar a manos llenas; pero somos demasiado pobres de espíritu y egoístas. Vivimos encerrados en nuestro propio mundo, indiferentes a la angustia de los demás.

El avaro del cuento tuvo una oportunidad para rectificar, pero muchas personas viven su vida como el avaro, y sólo se dan cuenta de su mal proceder cuando llegan al final de su existencia, cuando se encuentran con las manos vacías ante el destino. Pero ya es tarde, el mal ya está hecho y no existe posibilidad de repararlo.


Cada día es una oportunidad que nos da la vida para aprender, para crecer, para ayudar. La vida es como un espejo, todo lo que hacemos por los demás la vida nos lo devuelve en forma de bendiciones. Por esta razón, cuando hacemos bien a los demás nos hacemos bien a nosotros mismos y cuando causamos daño a los demás nos causamos daño a nosotros mismos.
Si hoy fuera el últimos día de tu vida...

Seguramente que desfilarían por tu mente todos los momentos felices vividos, los cuales recordarías con mucha nostalgia. Comprenderías lo maravilloso que es el hecho de vivir, de tener una familia y amigos. Te darías cuenta del valor infinito que tiene todo lo que existe, de lo cual, sólo nos damos cuenta cuando lo perdemos.


Te lamentarías de no haber sido mejor persona, de no haber ayudado más, de haber sido injusto, de no haber sido lo suficiente comprensivo, paciente, tolerante y amistoso; de no haber sido más humilde y bondadoso.


Te darías cuenta de lo maravillosas que son las personas y no te fijarías en sus defectos sino en el deseo de amar y de ser buenas personas que constituye la esencia de su ser.


Si hoy fuera el último día de tu vida desearías abrazar a todo el mundo de corazón, perdonar a quienes te han ofendido y decirles que los amas y que te perdonen por el daño que les puedes haber causado.


Si hoy fuera el último día de tu vida, te darías cuenta del valor infinito que tiene el tiempo, y, sobre todo, el tiempo que has convivido con tus seres queridos, y, por más que intentaras hacerte el fuerte, es posible que brotaran unas lágrimas de tus ojos por que es muy duro tener que renunciar a una existencia tan maravillosa cuyo inmenso valor has descubierto al final de tu vida.


Expresa a tus seres queridos y a tus amigos lo mucho que los amas porque mañana tal vez sea tarde. Haz las paces. No guardes en tu corazón deudas que después no puedas pagar. Y vive cada día valorando todo con una conciencia plena y disfrutando cada minuto como si fuera el último de tu vida.


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    Lic. David Angulo de Haro

 

 

 

 

 

 

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