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Editorial 198

 


Humildad


La humildad no tiene nada que ver con la cobardía o el sometimiento. Una persona verdaderamente humilde siempre es valiente y digna.


Es humilde porque reconoce sus límites, porque sabe que su vida es un préstamo y hoy puede estar viva y mañana no. Sabe que hay muchas personas, que bajo su apariencia insignificante, pueden ser sabias o santas. Está consciente de que una desgracia puede reducir su cuerpo a una silla de ruedas o inutilizar su mente.


La persona humilde es sabia y profunda y no se deja llevar por la ostentación ni por las apariencias. Es humilde porque tienen una visión sabia y correcta de la vida, pero a la vez posee alta autoestima, seguridad y personalidad


Nadie nace humilde o soberbio. Estas conductas son aprendidas y cultivadas. Con el tiempo tienden a convertirse en hábitos que funcionan casi de forma automática. La educación juega un papel decisivo. Una educación que enseña a conocer los propios límites, los propios derechos y valores y los derechos y valores de los demás, favorece la objetividad, el sentido de la realidad y la humildad; mientras que, una educación desadaptada a la realidad, que no enseña la disciplina, el autorespeto y el respeto a los demás, favorece la aparición de la cobardía, o bien, de la soberbia.


La humildad es una virtud de las personas grandes; supone un grado de evolución considerable, pues, el impulso natural de todo ser humano es buscar la gloria y la fama; por lo cual, resulta difícil renunciar a los méritos alcanzados con esfuerzo y luego pasar desapercibido.


La humildad conduce a la caridad. Una persona humilde, al liberarse de las alucinaciones de la soberbia, es capaz de querer a los demás por sí mismos y no sólo por el provecho que pueda extraer del trato con ellos.


La personas humildes están protegidas contra otros vicios como la avaricia, la ira o la envidia y contra los temores. La humildad proporciona una libertad de espíritu muy grande y una independencia respecto de las ideas, necesidades, conductas y compromisos impuestos por la sociedad, lo cual hace que las personas humildes se sientan verdaderamente libres por fuera y libres por dentro.


En el fondo, las personas humildes son las que viven más plenamente la vida, porque son auténticas. No temen, no envidian ni ambicionan las glorias de este mundo que traen a todos de cabeza. Son felices con lo que son y con lo que tienen, porque por encima de las cosas se valoran a sí mismas.


Muchos pensarán que la vida de las personas humildes es gris y monótona, pero no es así. Ellas han logrado trascender el mundo pasajero y superficial que mantiene embelesada a la mayoría de la gente. Las personas humildes tienen una visión superior de la vida que hace que sus actos tengan un significado profundo y valioso, lo cual les llena de satisfacción. Por eso verás que las personas humildes son buenas y felices.


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    Lic. David Angulo de Haro

 

 

 

 

 

 

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